He regresado con ganas de no volver.
Y como siempre que uno regresa, en findelmundoo se ve todo muy apretujado entre las montañas y el mar, terroso, algo desprolijo, quizás hasta "cateto" como alguien alguna vez osó decir ante mi horror.
Fueron exactamente 5000 km, de los cuales volví muy torpe para conducir dentro de las ciudades, odiando los camiones de largos acoplados y el pavimento. Descubrí que amo el ripio, donde me siento como en casa, porque podía adelantarme a autos y camiones con pericia y avanzaba con rapidez, alerta, sin sueño. En el asfalto, que uso como sinónimo de pavimento, pese a que me advirtieron que no se trata de la misma cosa, me aburrí como un hongo (¿cómo se aburren los hongos?), salvo por algunos cielos y ciertos ocasionales compañeros de ruta como guanacos y avestruces que en realidad son ñandúes.
Visité playas despobladas, de esas por las que nadie se desvive, pueblos fértiles enclavados en medio de la estepa, playas con mucha gente, ciudades petroleras, puertos fruteros, me quedé con ganas de la ruta 40, me divertí, me cansé, me reí, comí, tuve pesadillas, tomé mucho sol, también caminé bastante, en algunos tramos nocturnos con mucha lluvia me puse un poco nerviosa.
Lo que más me gustó: sentarme al volante cada mañana y salir con un destino definido, pero sabiendo a la perfeccción que lo interesante del viaje serían los imprevistos, eso que hace que cada travesía sea diferente a la anterior.
Ahora me siento como un león enjaulado.
jueves, febrero 17, 2005
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