viernes, diciembre 17, 2004

Azul, la lluvia

En temporada turística tratar de enviar una carta de las de antes desde findelmundo suele requerir su buen tiempo. A cambio uno se entretiene observando gentes de otras partes del mundo.
Esta mañana la fila llegaba hasta la entrada del edificio de correos.
Había gente de la ciudad y muchos extranjeros, entre ellos una mujer japonesa con su hijo adolescente y, delante mío, un joven rubio muy alto, que podría haber sido oriundo de cualquier remoto sitio.
Apenas entré se dió vuelta y me miró con unos ojos muy azules, cuyo color descubrí después, porque en ese momento no lo miré, sino que lo hice minutos después cuando estuve segura de que no me estaba mirando. Esta acción en cierta forma sincronizada, es decir, que él me mirara y yo no y que yo lo mirara y él no, se repitió varias veces. En medio de ellas, como habremos calculado mal el tiempo, nuestras miradas se encontraron en unas cuantas oportunidades. Yo estaba segura de que me quería preguntar algo y temía no salir airosa de tener que contestarle en inglés, aunque reconozco que un par de veces estuve tentada de hablarle.
A los diez minutos me empecé a poner nerviosa, como siempre que espero que ocurra algo que no ocurre o que no puedo escapar de lo que me perturba.
Cuando él no me miraba miraba a otras personas, hacia la derecha y hacia la izquierda giraba su cabeza para mirar, fijaba la vista en los que entraban y acompañaba con sus ojos a los que ya habían cruzado la puerta de vidrio para salir.
Mientras no me observaba yo lo observaba a él.
Si bien parecía extranjero no estaba vestido con la ropa que suelen usar los viajeros. Tenía puesto un pantalón de vestir, como si fuera de un traje, unos mocasines color suela de gamuza y una campera de modelo bastante antiguo con piel alrededor de la capucha. Su mochila era negra y muy pequeña. Parecía muy joven pero estaba perdiendo el pelo.
Antes de que lo atendieran llegué a la conclusión de que tenía avidez por mirar.
Miró todo, no dejó espacio vírgen dentro del correo, nadie se salvó de su mirada marina, una hermosa mirada que incomodaba, porque seguramente veía más de lo acostumbrado, una mirada que desnudaba el alma y hacía pensar en inviernos duros y helados.
Cuando le tocó el turno quizás le entregó unos sobres a la empleada, porque no pude ver bien. La chica le dijo son 23 pesos. El le hizo señas de que no entendía. Ella dijo twenty three. El asintió con la cabeza, sonriente y dijo algo que hubiese sonado como okey si hubiese podido pronunciarlo, porque su boca hizo movimiento de hablar pero de su garganta no salió ninguna palabra.
En ese preciso momento descubrí que los adminículos que llevaba en las orejas no formaban parte de un walkman como creía. Y me atacaron unas enormes casi gigantescas ganas de por lo menos decirle chau con la mano, pero cuando salí del correo apurada, luego de dejar mis cartas, el joven rubio se había perdido con sus ojos azules bajo la lluvia, una lluvia que ya ni mojaba, una lluvia muy gastada de tanto que la habían mirado.





5 comentarios:

thirthe dijo...

que estas cosas ocurren...pero un atractivo especial tenia para que te fijases en él. Por qué pensamos siempre que los demás tienen que ser en todo iguales a nosotros???

Besos, besos, besos.

Alicia A Traves del Espejo dijo...

Sí tenía un atractivo para mí: lo misterioso. Nunca ví a nadie que mirara tanto todas las cosas (después de mí). Mientras estuve en esa fila me entretuve imaginándome su vida, pero jamás me se ocurrió pensar en ese desenlace, una prueba más de que la realidad generalmente supera a la ficción. En cuanto a sus desigualdades no me molestan, al contrario, fue la única persona de todas las que estaban allí a quien se le notaban las alas plateadas.

Anónimo dijo...

Pues fue una verdadera lástima que no perdieras tu timidez y le preguntaras qué buscaba. Hubieras podido ver más de cerca los azules ojos y...quien sabe...
¡No vuelvas a desaprovechar ocasiones de conocer gente!
Un abrazo. Muralla

thirthe dijo...

Misterioso y con alas plateadas. Así lo has visto. Y si la mirada de los demás también configura nuestra propia imagen, ese chico se ha marchado con unas hermosas alas plateadas.

besos...

Alicia A Traves del Espejo dijo...

Bienvenida C a findelmundo, no voy a desaprovechar oportunidades de conocer gente y menos de ojos azules Muralla (je). Seguro Thirthe que nuestra mirada configura la imagen de los demás, por eso a veces nos vemos tan hermosos y a veces tan feos, tan buenos y tan malos, tan sabios y tan ignorantes. Sólo frente a un otro nos reconocemos.
Besos desde la otredad para las tres.