lunes, septiembre 06, 2004

Isleñas

Según dice mi hermana somos muy afortunadas porque tuvimos una infancia extranjera sin movernos del país. Por aquel tiempo Findelmundo era zona franca y la palabra globalización ni siquiera era un espermatozoide. Los chicos nos alimentábamos con chocolate Cadbury, chocolate con leche, con copos de arroz, con almendras o pasas de uva, de 100 gramos, de 50, miniaturas...Las madres, todas sin execpción, habían contraido unas peligrosas fiebres orientales y decoraban las salas con los mismos platitos chinos y cuencos de porcelada con dragones pintados. Los pocos pero surtidos comercios de la calle San Martín, regenteados en su mayoría por sefarardies, vendían mercería alemana, cigarrillos norteamericanos, botas italianas, pulloveres ingleses, comestibles españoles. Nosotras éramos expertas en doblar con el trineo en mitad de una bajada y vivíamos obsesionadas por construir un iglú que fuese inmune a los rayos del sol, como seguramente hacían los niños en otros continentes. Por el centro, aunque de turismo nadie hablaba se escuchaban lenguas desconocidas.
Será por eso tal vez o por el hecho de vivir en una isla o porque desde chica leía escritores de todo el mundo, que cuando dicen argentina no se me mueve un pelo.
En cambio, si escucho decir patagónica, ahí sí cambia el ritmo de mi corazón.

5 comentarios:

Quito dijo...

Miradas tan diferentes, fragmentarias, en gentes que viven tan lejos. Una de las razones por las cuales Argentina fue un proyecto más político que nacional.

Y no está mal. Tampoco bien. Simplemente es de esta manera: más allá de los montes, o cruzando la pampa, no sabemos que existe en verdad. Más aún si tu hogar es mi Buenos Aires, y el resto del país la Alteridad.

A veces creo que a nuestra bandera le cuesta mucho flamear. A veces creo que deberíamos soplarla todos, un poquito más.

Slds.
Q.

thirthe dijo...

Mi nacionalismo periférico deja bastante que desear, me aflora en situaciones cotidianas pero tiene más que ver con el apego a la gente y a mi tierra que con el sentimiento patrio.
Qué bien suena sentirse patagónica!!
Besos.

Anónimo dijo...

No llegué tan al Sur, pero estuve en la Patagonia, no en la argentina, pero casi... Recorrí buena parte de Chile y no podía creerme que hubiese llegado al "poto" del mundo... Leía las aventuras de Sepúlveda y sabía que era posible. Ahora te leo a ti y sé que será posible de nuevo...
Besos con sal desde Barcelona

mad
http://sociedad_pajaril_la_aurora.blogs.com

Alicia A Traves del Espejo dijo...

La frontera aquí, como en muchos lugares, intenta separar lo inseparable. La Patagonia es una sola, de un lado o de otro y si políticamente son dos, pues entonces las amo a ambas, quiero decir que en cualquiera de ellas tendría todo lo necesario para ser felíz. Todavía no leí el último libro de Sepúlveda, creo que habla del fin del mundo o al menos tiene ese nombre. Pero así y todo yo también muero por ir a Barcelona. Algún día podríamos cambiar domicilios, no? Jaja...
Lo que más me gusta de esa ciudad es que parece que todos los libros que leo fueron editados por allá. Me la imagino con cara de libro.

manuel_h dijo...

tomo nota, ciudadana mundial, o del mundo, que queda mejor.
y lo del iglú, en salamanca,aunque sí hacía frío, no se nos ocurría. Y ese fallo era, evidentemente, por carecer de blogs
un besazo